Informe dominguero, 6 de enero


Desde unas dos o tres semanas, los Gilets Jaunes consensuaron una reivindicación constitucional que, según dicen, permitiría dar poder al pueblo. Es decir que hace ya un rato que la sublevación no es contra de un impuesto, sino por una demanda política estructural (es por eso que los periódicos que siguen diciendo que es una revuelta en contra de un impuesto no entienden nada, y van anunciando cada semana que ya esta agotado el movimiento – o fingen creerlo-). Esa medida consensual seria la posibilidad de convocar referéndums de muchos índoles (revocatorios, de iniciativas, …). Si bien a mi me parece un poco ilusorio esa creencia en que le voto lo solucionara todo (cuando más del 90% de los medios pertenecen a un puñal de oligarcas quienes están en posición de imponer los temas que les cante), lo cierto es que asistimos a una politización de toda una población que lleva años o decenas de años sin opinar, sin opinión, solo disgustada por el triste espectáculo del cinismo de los politiqueros. 
 
Ahora bien, esa posición clara es a la vez un nuevo aliento para la lucha y una debilidad que permite a los políticos y los medios atacarlos (ya que antes no tenían punto donde atacar). Es así que vemos tanto personajes políticos como periodistas, que jamás denunciaron las políticas criminales anti-migración o la política carcelera de los gobiernos de turno, de repente asustarse por lo reaccionario que podrían ser los referéndums (fantasean con el restablecimiento de la pena de muerte o la prohibición del casamiento igualitario). No es que esos peligros no existan en caso de que se pudiera votar por cualquier tema, pero ¿a quien le interesa que se hable más de la pena de muerte que de la redistribución de las riquezas o la puesta en común de todas las grandes empresas? Esa desviación de los intereses de la grandes mayoría le interesa precisamente a los oligarcas para los cuales esos políticos y periodistas trabajan. El susto que tienen no es la de pena de muerte, si fuera el caso ya hace rato que hubieran agarrado un barco para salvar las miles de personas que mueren en el Mediterráneo cada año. El terror que les habita es el de ver un pueblo soberano decidir que las riquezas acumuladas en pocas manos no es solo indecente sino innecesario y contraproducente para el conjunto, y mortal para el planeta. 


Es así que la guerra psicológica en la cual los medios dominantes se volcaron de llano trata de todas las maneras posibles (desde informaciones falsas hasta sondeos retorcidos pasando por un sinfín de sesgos que permiten hacer decir lo contrario de los hechos) presentar los Gilets Jaunes como un conjunto de extremistas (de derecha y de izquierda) dominados por el odio. Por más que el presidente Macron no le queda otro poder que el de la policía, los medios lo aceptan como jefe y siguen sus instrucciones cuando describe el movimiento como “una muchedumbre guiada por el odio” (discurso para la despedida de año).
 

Esa gente “gobernante” (a esas alturas ya se puede seriamente dudar de que gobiernen algo) esta tan acostumbrada a la impunidad que le es imposible responsabilizarse por sus actos; aunque se les grite que ya es hora de pagar cuentas, siguen creyéndose fuera de alcance. Es así que se multiplican escenas divertidas, como la de ese ministro que provoca el viernes por twitter ("Iremos por más cambio, seremos más radicales", anunciando que el gobierno no le teme a nada y que seguirá su camino) y que el día después tiene que huir de su ministerio, atacado por Chalecos Amarillos que le rompieron la puerta con un monte-carga. Una hora después se le ve en una entrevista, temblando, repetir inseguro “la fuerza del orden republicano sigue vigente”. Este ministro se parece a su presidente, Macron quien decía “¡que vengan a buscarme!”, asegurado de su impunidad (constitucional), y que ahora no se atreve a salir de su palacio donde unas semanas atrás tenia un helicóptero listo para huir.

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