La escuela del odio


La miseria en Francia, la cultura de violencia hollywoodense y la oferta cada vez más hegemónica de un islam ultra-reaccionario, son los ingredientes de un cóctel explosivo de donde aparecen asesinos como los hermanos Kouachi, autores del masacre en el semanario Charlie Hebdo.

La escuela del odio

“Esos hijos de puta eran hijos de una prostituta” me dice un amigo parisino en una pizzería de San Telmo. Quedamos un rato sin decir nada, cada uno visualiza los edificios donde se criaron los hermanos Kouachi, en el XIX art. de París, a pocas cuadras del departamento de mi tía; pocas cuadras, del otro lado de la avenida que yo, prudente, nunca atravesaba de chico. Pues se sabia que del otro lado te podía pasar cualquier cosa. Del otro lado, vivían los niños Kouachi.

Pero no crecieron allí, después de que la madre murió, probable suicidio, los cinco hermanos y hermanas Kouachi pasaron a manos de la DDASS (Dirección Departamentales de Asuntos Sociales y Sanitarias). Este organismo, a su vez, les repartió entre “albergues” y familias de adopción, unos y otros pagados para recibir niños abandonados.

Sí, los asesinos liquidados por la policía provenían de la miseria, eran puros productos de las instituciones francesas dedicadas a procesar esa miseria, ya que en Francia los pobres son la materia prima de una industria, con un sinfín de pequeñas empresas y administraciones –locales y nacionales- que viven de la gestión de esas personas.

Esa gestión, en cascada de subcontratos externalizados, hace que las condiciones de vida de los chicos de los que se hace cargo la DDASS son muy disimiles, según la organización que al fin de la cadena se ocupa del niño abandonado. Pero la lógica general conlleva un sinfín de experimentos con el niño que pasa de una institución a otra, a veces mandado por un tiempo limitado en una familia pagada para recibirlo y vuelve en el mismo u otro “albergue” –que a esas alturas, podemos traducir por una especie de prisión provisoria-, para ser mandado a otra familia. Esas familias de adopción, como los múltiples funcionarios, reciben todos un dinero fijado según el numero de niños que procesan, mientras que el niño recibe, cuando adolescente, un fragmento ínfimo de esa ganga.

Es decir, la trayectoria normal de un niño que se crio bajo los hospicios de la Republica francesa es un ida y vuelta entre familias y albergues, enredados en una nube de “asistentes sociales”, con cambios constantes de escuelas, las cuales a su vez dedican también a uno de sus “asistente social” cuando no un sicólogo. A los 13 años, un chico conoció a un sinnúmero de burócratas quienes, más allá de sus cualidades personales, tuvieron que solucionar un problema que es el mismo chico. Si, por pura casualidad, hubo de parte de una familia o un funcionario algo parecido a cariño o un sentimiento amable, este se transformara en una desilusión a la hora de la próxima transferencia (sea del niño o del funcionario).

A esa ausencia de cualquier referencia afectiva, hay que agregar las condiciones reales de los “albergues”. Por lo general ubicados en zonas de difícil acceso, muy lejos de los encantos arquitectónicos y de los agradables cafés del centro de París, pueden ser únicamente dedicados a los huérfanos o, más a menudo, recibir a toda clase de pobres con tal que esos reciban una subvención que pague el alojamiento. En esos albergues, que pueden tener refectorios que ofrecen menús que le darán una idea aproximativa del de la prisión,  conviven jubilados o desempleados expulsados de sus casas, jóvenes trabajadores que no pueden ni soñar con pagar un alquiler en el mercado, y el sinfín de matices que componen los rotos por la vida. Las habitaciones también ofrecerán una vaga idea de las celdas, a las que muchos de los habitantes de los albergues son destinados, aunque por lo general son individuales (mientras que las prisiones son constantemente sobrepobladas, lo que hace que los 12 metros cuadrados son compartidos entre dos o tres personas).

La cultura de la violencia

“Me estoy relajando con mi amigo o lo que queda de el”, escribe Abdel Majed Abdel Bary en un tweet bajo una foto en la que sostiene por los pelos la cabeza decapitada de un “enemigo”. Foto de terror, selfi gore. Seguro que el ex rapero londinense ahora yihadista en Siria obtiene así muchos seguidores, no tanto fundamentalistas que hubieran llegados a conclusiones teleológicas bastantes osadas, no, simples “seguidores” facebook, fans. No propone una lectura del Corán, tampoco un programa político, hace un chiste con una foto. Chiste y foto al estilo gore, visión inmediata, adaptada al tweet, al Facebook como el tráiler de una película con más recursos de publicidad que de producción.

Es un poco ocioso precisar que todos los lugares que venimos describiendo, donde se criaron los hermanos Kouachi, conllevan una violencia latente o explicita, a todos los niveles : de la administración, y sus diversos agentes, entre “compañeros” de la DDASS, con los otros habitantes de los albergues, sin hablar del desprecio manifiesto, o su otra cara más amable la conmiseración, de los profesores de la escuela.
A esa violencia cotidiana, se suma un consumo masivo de imágenes siempre más violentas, y sofisticadas en la violencia. No me interesa acá denunciar una industria cultural fascinada por las armas –y en parte pagada por sus empresas-, solo quiero remarcar el éxito de películas, directamente proporcional al numero de tiros y la ausencia casi total de palabras de sus protagonistas, en las poblaciones de esos albergues. A parte de lucir en deportes violentos (boxeo, kick-boxing, kung-fu, etc.), que son muchas veces los únicos que proponen las asociaciones deportivas presentes en los albergues y sus “barrios” (la idea de barrio conlleva la de una convivialidad prácticamente ausente de las zonas de las que estamos hablando), un chico de la DDASS normalmente constituido sueña con tener un arma, que se parezca lo más posible a las que abundan en las películas. Hace 20 años se soñaba con la pistola automática de Nino Brown (el capo de los dealers de New Jack City -1991-, protagonizado por Wesley Snipes), hoy el AK-47 es el objeto de todos los anhelos, 4,3 kilo de venganza pura, automática o semiautomática.

La otra razón por la cual insisto en esa cultura de la violencia, esencialmente hollywoodense y de sus avatares asiáticos, es porque los nuevos grupos yihadistas producen imágenes calcadas sobre esas. Efecto de la reducción drástica de los costos de producción, los yihadistas (ISIS y las distintas ramas organizadas de Al Qayda, ya que Boko Haram recién se esta poniendo al día al respeto) proponen imágenes que se introducen en la imaginación, ya bien labrada por Hollywood, sin mayor tropiezo, pues son bastantes similares. La única diferencia es que retransmiten imágenes “reales”, es decir constituyen películas snuff, un nicho hasta ahora ultra minoritario de la producción.

Puede sorprender la utilización de esas técnicas muy modernas y sumamente “occidentales” por grupos que se revindican de un islamismo ultra-reaccionario. Pero no tiene nada que ver con cualquier doctrina religiosa, es únicamente una estrategia de comunicación, con sobre-exposición de la violencia, con el doble objetivo de aterrorizar los “enemigos” y de atraer “combatientes”. El grado de violencia de ISIS no es más amplio que otros grupos similares, y ciertamente menor que la de Bachar Al Assad o de Estados-Unidos, pero esta sobre-expuesta. “Soy tu peor pesadilla” es, básicamente, el mensaje que transmite y que tiene un éxito innegable: por un lado, logró constituir una coalición que va desde Estados-Unidos hasta Irán (no hace parte de la coalición pero la sostiene), por el otro, seduce a militantes. Dos fenómenos que, obviamente, se retroalimentan.  

Pero esta estrategia comunicacional no debe ocultar una verdadera doctrina religiosa, es decir el fondo del mensaje, que no es muy original, ya que se confunde con su muy poderosa fuente de inspiración teológica que es, simplemente, el wahabismo: la doctrina oficial de Arabia Saudita.

La cuna del islamismo reaccionario

El año pasado, un periódico británico dio a conocer un informe de las autoridades encargadas de la mezquita de Medina. El documento recomendaba deshacerse de la tumba del profeta (que reposa en la base de la mezquita) y desplazar el cuerpo del fundador del Islam en una tumba anónima del cementerio vecino. No es la primera vez que wahabitas, en contra de las creencias y cultos de todas las otras vertientes de la religión musulmana, se quieren deshacer del cuerpo de Mahoma.
Llevando al extremo la lógica iconoclasta –compartida, en algún grado, por el conjunto de los sunitas pero no por los chiitas -, el propio fundador del wahabismo, Muhammad ibn Abd al-Wahhab (1703-1792), llamaba a la destrucción de la tumba del profeta. Difícilmente se puede ser más fundamentalista, y el proyecto no prosperó bajo las presiones de las otras ramas de los creyentes. A pesar del poco éxito de su predicación, Abd al-Wahhab logró seducir un jefe tribal, Muhammad ibn Saud. La alianza de esas dos familias, al-Wahhab y Saud, de la espada y la religión, es a la base de la monarquía teológica de Arabia Saudita. Durante muchos años, el reino beduino no tuvo muchos otros ingresos que los relacionados a la gestión de las ciudades de La Meca y Medina (los dos lugares más sagrados de la religión, donde todo creyente tiene que hacer el peregrinaje por lo menos una vez en su vida). Los Saud y los Wahhab eran, básicamente, los gerentes de una empresa de turismo religioso.
Todo cambia con la alianza con Estados-Unidos, que se forma durante la Segunda Guerra Mundial. Protección en contra de petróleo barato es el trato. Primera reserva mundial de petróleo, Arabia Saudita se vuelve, del día para la mañana, uno de los países más rico. Parte de esa masa de dinero es dedicada al proselitismo: los saudís construyen escuelas y hospitales en todo el mundo musulmán, ocupando el espacio social abandonado por estados-naciones árabes deficientes. Esta ayuda social no va sin la invasión de su propia doctrina religiosa. Es así que el wahabismo, pasa de rama ultra minoritaria a una de las doctrinas más difundida dentro del sunismo entre los años 60 y 90.

Boomerang del fundamentalismo

Al Qaida no aparece tanto como una rama teológicamente disidente del wahabismo, sino como una denuncia de la hipocresía de la familia reinante, que acepta tropas yankees en su territorio supuestamente sagrado (es decir, donde un no-creyente no puede pisar) durante la primera guerra del Golfo. Muchos saudís escucharon con benevolencia al hijo de una de las familias más aristocrática del país, Osama Bin Laden, después de haber visto a soldadas estadounidenses pasear por sus calles. En este sentido, el proyecto de Bin Laden es más entendido como la restauración de un wahabismo puro –que implica la caída de una familia corrupta en función de su propia doctrina, los Saud - que un nuevo cisma.
Es así, por ejemplo, que la iconoclasia a ultranza del wahabismo se encuentra donde los Talibanes (destrucción de los Budas) y de ISIS (destrucción, paradójicamente ultra-mediatizada, de toda imagen anterior a la aparición del Islam). Por más políticamente opuestos que sean Al Qaida y sus avatares al clan reinante de Arabia Saudita, son hijos del wahabismo. Y comparten el mismo fundamentalismo reaccionario, no es casualidad que apliquen unos y otros las mismas penas (cortar la mano del ladrón, lapidación de la mujer infiel, etc.).

Los hermanos Kouachi, como ahora miles de europeos que se revindican de ISIS, son los hijos sincréticos de las condiciones de vida en Occidente, la violencia banalizada en los medios y una doctrina religiosa ultra-reaccionaria.  

Jérémy Rubenstein, Buenos Aires, marzo 2015

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