Discurso de defensa publica de tesis de doctorado en Historia, La Sorbona, París, el 10 de junio del 2014

Señor Presidente, Señoras y Señores miembros del Jurado, les agradezco su presencia y, sinceramente, por su atención a mi investigación.

Quisiera, para empezar, expresar mi profunda sorpresa de estar acá. Esta sorpresa toca, a la vez, de haber terminado una tesis, a su objeto pero también, más sencillamente, al hecho de haber iniciado estudios superiores que llevan a este día. Ya que casi nada dejaba suponer que me tocaría exponer las conclusiones de una investigación científica en un ámbito académico. Para explicar, y salir, de esta sorpresa un poco beata, tendré que volver sobre el peculiar recorrido que no me atrevería en calificar de profesional, por ser muy alejado de cualquier perspectiva de carrera y compuesto de giros a veces sorprendentes.

Pues, si ya es poco común, en el paisaje estudiantil francés, empezar estudios superiores a los 27 años, es directamente inusual que la vida anterior fuera la de un aventurero. Esta palabra de “aventurero” no me parece adaptada a esta vida, pues yo no me concebía así. Pero, retrospectivamente, no encontré otro termino al evocar recuerdos dispersos de cosechas en cafetales del Ecuador, dueño de un bar en este mismo país o al comercio algo ilícito de esmeraldas en un país vecino (ya hay prescripción).

Entonces, la confluencia entre esa vida poca ordenada, extraña a los estudios académicos y diría, incluso, al margen de toda institución, esa vida marginal entonces, y la escritura de una tesis en Historia, con un objeto nada marginal, es lo que me interroga hoy. Pues mi tesis trata por buena parte de instituciones duras de una Republica: su sistema judicial, sus Fuerzas Armadas, su poder Ejecutivo o partidos políticos centrales.

Y no es solo mi pasado que sea distante de este objeto de estudio. En una novela que se publica en esos días en Buenos Aires, Pablo Strucchi describe un personaje francés llamado Jerremy, y evocando su actividad principal dice : “Jerremy vino a la Argentina para estudiar alfonsinismo. Tan ridículo como suena.” Esa descripción, hecha por un amigo cercano, me dio mucha risas, y es caracterizada por cierta incomprensión por el objeto de mi investigación. Supongo que es un poco una suerte común a los universitarios encontrarse con la fuerte perplejidad de sus cercanos cuando evocan sus objetos de estudio. En este caso, la reflexión de Pablo Strucchi revela otra distancia con mi objeto, ya que se hace testigo de una parte de mi vida actual, en especial mi actividad en un movimiento de militantismo cultural que hace la sátira de los poderes establecidos, como un primo lejano del situacionismo. Basta con evocar la Papa transgénica Monsanto que elegimos delante de la Catedral de Buenos Aires, pocos días después de que Monseñor Bergolio sea electo Papa, para entender la distancia critica que puedo entretener con las instituciones. Desde esta perspectiva, se entiende que para Strucchi y otros amigos cercanos, el estudio de Alfonsín parezca sobre todo como una incongruidad.

Con eso quiero decir que, si bien antes pude ser muy alejado de los estudios superiores, hoy en día no tengo una empatía especial con la mayoría de los actores de mi objeto de estudio. Entonces, quisiera volver sobre el recorrido intelectual que me llevó a este periodo de los años 80 y, más precisamente, sobre la crisis de Semana Santa – este levantamiento militar seguido de una movilización inédita de la población- del 87.

Para llegar ahí, tengo que evocar brevemente lo que encontré sobre los bancos de la universidad, que me hacia mucha falta antes (aún sin saberlo).

Rigor, respecto y libertad es ese el curioso acoplamiento que encontré en la Universidad. Rigor de las palabras, del método y de los razonamientos. Respecto de la escucha, que pienso ser la característica más destacada de nuestra sociedad científica, pues sin ello seria entre otras cosas imposible de marcar su desacuerdo más retundo con el enunciado contestado. Y, por fin, libertad, precisamente del enunciado que no admite ningún formateo, ningún limite, a no ser el rigor evocado anteriormente.

Es así que de la simple formalidad de un titulo universitario que vine inicialmente a buscar, me convertí rápidamente a una pasión por las herramientas intelectuales que permiten abordar objetos que se aprenden también a construir. Con esas herramientas en manos (lo que corresponde a una Licencia), no podía resolverme a no utilizarlos. Es cuando Annick Lempérière me acogió para realizar mi primera investigación, con la cual trataba de resolver algunos interrogantes sobre la izquierda en general, como sobre el fenómeno de guerrilla en Latina América donde había vivido bastante tiempo (incluso en un país donde sigue activa). Sin embargo, escogí un país que me era totalmente desconocido y que no consideraba completamente latinoamericano: Argentina.

En muchos aspectos, esa primera indagación en Argentina decidió de lo que siguió, ya que no dejé de interesarme en la historia de este país (donde resido desde entonces). En cambio, es mucho menos el pasado que estudiaba que me sorprendió que la presencia de ese pasado en el presente. Pues, si era natural que, en el local del CEDINCI donde encontraba mis archivos principales y en algunos cursos que seguía, hablaríamos de los años 70, de las distintas guerrillas, y de la represión del Estado argentino, era en cambio mucho más sorprendente abordar esos mismos temas al salir de un teatro o a la terraza de una café con perfectos desconocidos (2005). Volvía a Francia después de algunos meses en Buenos Aires con la certeza de haber visitado un país saturado de su pasado, con militantes que no dejaban paradójicamente de denunciar un país sin memoria, memoria que se expresaba en todas las denuncias. En fin, me parecía que estábamos en la configuración de un “pasado que no pasa” para retomar la formula de Henry Rousso. Lo que me llevaba a desviarme casi totalmente de mi tema de Maestría para construir un estudio sobre esta memoria tan obsesiva. Eso dio lugar a mi tesina de Master que trataba de plantear los principales acontecimientos de la construcción memorial de los años 70, más precisamente de la dictadura.

Abandonaba también el campo de las guerrillas o de la izquierda radical pues, si es cierto que encontraba allí material con el cual alimentar cuestionamientos algo personales sobre la izquierda en general, con la que tengo una cierta cercanía, me di cuenta con este año de maestría que me cansaba rápidamente de su retorica. En breve, no estaba dispuesto a convivir varios años con fuentes que me hablarían de “desvíos pequeño-burgués” o de “compañeros y compañeras construyendo un Hombre Nuevo” y complejos razonamientos con jerga que, supuestamente, explican la pequeña diferencia con un partido similar. Si es que hay que pasar varios años en una tesis, mejor que las fuentes sean placenteras. Entonces había entendido que tendría que construir un objeto de estudio que aborde múltiples actores (lo que implica fuentes igualemente múltiples). Y, en efecto, luego, sería con entusiasmo que abordaría cada nuevo capitulo de mi tesis, que presenta un actor muy diferente que el tratado en el capitulo anterior.

Para volver al DEA, escribí una tesina que queda como una curiosidad, entre los planteos de una futura tesis y reflexiones pocas acabadas. “Objeto universitario no identificado” me dijo secretamente un miembro del jurado. Sin embargo esta tesina se posicionaba en el corazón de dos cuestionamientos relativamente universales y muchas veces ligados. Por una parte, la existencia de campos de concentración clandestinos argentinos llevaba a sus roles en nuestra modernidad, cuestión que obsesiona desde la toma en cuenta de la especificidad de la solución final. Por otro lado, como una sociedad vive después de esa experiencia extrema, como la insiere en el relato de su pasado.

Pero, nuevo giro, abandonaba progresivamente mi objeto de estudio predilecto que hubiera tratado de la memoria de la dictadura argentina hasta hoy. Acá, son varios cuestionamientos historiográficos, y diría más reflexionados, que me llevaron a deshacerme de esos objetos obsesivos. Por una parte, entre el momento de mi primer viaje y mi instalación en Argentina, una verdadera política memorial de Estado sobre los años 70 se constituyo. Y, a pesar de que su observación a diaria fuera de un gran interés, su actualidad no permite ninguna distancia y muy poca visibilidad, ya que estamos claramente en un ciclo que no se cerro. En parte como consecuencia de este ciclo, también había una proliferación de estudios similares que reducía en igual medida toda pretensión a la originalidad de mi estudio.

Por otro lado, el estudio histórico de la memoria me parecía tener que, en parte, cuestionarse después  de un periodo especialmente prolífico desde, digamos, Les Lieux de Mémoire de Pierre Nora hasta la síntesis sobre los usos del pasado, escrita a mitad de los 2000 por Enzo Traverso acá presente. Había desarrollado herramientas muy agudas que son un aporte heurístico considerable para la Historia política. Para ilustrar este aporte, retomo el análisis detallado del traslado de las cenizas de Jean Moulin al Panteón –que me parece ser un modelo de lo que puede traer la historia de la memoria a la historia de la política – que permite a Henry Rousso de describir el paisaje político de 1964. Es así que entendí la historia de la memoria, como un observatorio de lo político; en este caso, la construcción de una representación dominante de la Resistencia de los años 40 permite entender las fuerzas políticas en presencia en los años 60 franceses.

Pero la multiplicación de estudios que utilizan este método, muchas veces de cualidad, llevaba a preguntarse si no había un riesgo en instalarse en una historia de las conmemoraciones o de los lugares de memoria, encerrándonos en un reducto de nuestra disciplina. De ahí, me preguntaba si la memoria no podía ser en capacitad de pesar directamente sobre los acontecimientos. Es decir, une memoria, ya no consideraba como un medio para abordar el acontecimiento o una configuración política particular, sino directamente como motor del acontecimiento.

Por fin, la tercera consideración historiográfica que me interrogaba era el curioso vacío de la literatura universitaria sobre los años 80, que parecían muchas veces aplastados entre dos obsesiones universitarias nacionales: los años 70 y los 90. Esencialmente por su violencia, los años 70 interrogaban muchos universitarios que respondían así, en buena medida, a una demanda social. De la misma manera, los años 90 son ampliamente percibidas como la dislocación de un país llevada a marcha forzosa hacia el abismo de la crisis general del 2001. Esas dos décadas monopolizan así ampliamente el interés de los universitarios. Este doble interés se traduce, en su forma extrema, por un discurso sobre el pasado que desconoce la década que, cronológicamente, las articula.

En este contexto, interesarse en la corta década de los 80 lo entendí como una necesidad, pues este desconocimiento me parecía nutrir muchos lugares comunes (por ejemplo este ligazón directo entre la ultima dictadura y el menemismo de los 90, muy común en buena parte de la izquierda).

Esos tres cuestionamientos me llevaron progresivamente hacia el objeto de estudio de esta tesis, esa crisis de la Pascua del 87, momento bisagra de los años 80 (y que obliga entender el conjunto de la década en su especificad). Desgraciadamente, no logro recordarme exactamente si esa idea de una memoria que produce acontecimientos preceda mi interés por Semana Santa o si esta crisis me llevo a concebir la memoria como posible motor de la historia. Concluyo que los dos se imbricaron cuando entendí que el hecho significativo de  Semana Santa no era el levantamiento militar sino la movilización popular que le enfrenta. La población argentina se levantaba frente a lo que era percibido como un retorno del pasado, una de las más amplia manifestación del siglo era motivada por la memoria de una dictadura aborrecida.

Me cuestionaba entonces sobre un acontecimiento, esencialmente con mis herramientas de historia de la memoria –es decir siguiendo con atención los “vectores” de la memoria (como los llama Henry Rousso)-. Pues, si había una movilización en contra del pasado, es que necesariamente había una construcción memorial que hacia este pasado abyecto.

Hasta ahí no encontraba muchas dificultades, podría decir que estaba en terreno conocido. Pero la movilización de Semana Santa tiene eso de particular que parece, al menos en las fuentes, unánime. Entonces, a la necesaria pregunta de saber quien se movilizaba en contra del pasado odiado, había que admitirlo : el pueblo.

Y ahí, de nuevo, me encontraba en frente de un objeto al que tenia poca disposición, por una desconfianza instintiva por quien sea que se autoriza a nombrarlo. Sin embargo, se trata del actor central de mi tesis, que propone varias maneras de abordarlo. Pero, a pesar de los distintos dispositivos metodológicos para tratar del pueblo, me parece imposible de considerar la presencia del pueblo sin tomar parte: dicho de otra manera, afirmar la presencia del pueblo es una posición claramente política, antes de todo enfoque científico que ratificaría esa presencia.

Por su puesto, el pueblo protagonista principal de Semana Santa interroga necesariamente la naturaleza del régimen político inaugurado en el 1983. Pues se define en grande medida la naturaleza de un régimen según el lugar que ocupa el soberano de la modernidad política. Acá, mi enfoque trató de apartarse metodológicamente de los enfoques de politólogos o de filosofía política, en el sentido en que trate hacer abstracción, al menos momentáneamente, de los criterios clásicos que definen la naturaleza de los regímenes políticos. Este proceso intelectual tiene por objetivo, a parte de la suspensión del juzgamiento de valor, de  permitir una atención precisa a los cambios operados con el acontecimiento estudiado. Concretamente, el curso de los acontecimientos y las decisiones tomadas durante Semana Santa definen el régimen político en el cual vivirá Argentina. Así, se entiende plenamente lo que esta en juego con una decisión, tomada en algunos minutos, por el presidente Alfonsín que tiene la opción de encabezar una movilización popular para ir a someter los sediciosos o ir, solo, a negociar con ellos. En la primera opción, es otro régimen que se dibujaría pues el pueblo hubiera sido el actor del acontecimiento que define el régimen. Dicho de otra manera, el pueblo se hubiera ido a conquistar su Bastilla.

Sabemos que no fue así. El pueblo quedo espectador, de manera que los actores institucionales resolvieron la crisis. La consecuencia es que el lugar del pueblo en el régimen es el de espectador que vota de vez en cuando entre diferentes partidos que, ellos, gobiernan. El pueblo protagonista es así despedido y, según mi definición del pueblo, directamente disuelto a favor de su figura institucional: el Pueblo.

Este enfoque explica el poco interés de que le di a unos debates, que sin embargo ocupan centralmente los intelectuales de los años 80, sobre el contenido de la Democracia. Pues, desde mi perspectiva, no hay necesidad de saber que seria una buena democracia o, simplemente, una democracia, conviene únicamente observar lo que realiza el régimen político, y les roles que otorga a cada uno. Me pareció ser el enfoque más honesto para un historiador.

Como trataba de decirlo, mi interés se porto mucho más sobre el pueblo que sobre el nombre del régimen político argentino del 1987. Sin embargo, en una paradoja aparente, mi tesis no aborda casi nunca directamente el pueblo. Cada capitulo presenta un actor institucional o, por lo menos, muy bien identificado.

Hice aparecer los actores según su cronología de aparición en la crisis de Semana Santa. Así, el primer capitulo esta dedicado al mundo judicial ya que es una decisión judicial que provoca la crisis, cuando un militar se rehúsa a presentarse delante del tribunal que lo convoca. Este militar aparece entonces como el segundo actor, y mi segundo capitulo trata de las Fuerzas Armadas y de los militares sediciosos. La intervención de Alfonsín en la crisis ha sido motivo de mi tercer capitulo que vuelve sobre toda la carera de este radical y su partido. En el capitulo siguiente, trate de dibujar un panorama de los principales partidos políticos que se movilizan durante la crisis. Me parecía también imposible no hablar del rol peculiar que tuvieron los periodistas, los periódicos y los medios en general. Al fin, trate de dar cuenta del rol determinante del Movimiento de los Derechos Humanos sobre la política de los 80, y sobre la constitución de una memoria que permite, precisamente, la aparición del pueblo durante la crisis.

La lógica que rige esta organización de la tesis trata de dar cuenta del tiempo corto del acontecimiento, la aparición de cada actor en la cronología del acontecimiento recuerda sin cesar este tiempo corto. Pero, al mismo tiempo, cada actor se inscribe en su historia más larga.

Lo decía, tratar de actores institucionales para abordar el pueblo parece paradójico, pero esta paradoja se resuelve fácilmente pues cada uno de esos actores favorecen a su manera la aparición del pueblo, que reacciona, en el tiempo corto, en contra de los militares sediciosos; pero esta reacción no puede explicarse sin un proceso más largo, que corresponde a un cambio cultural que hace inadmisible una nueva intervención militar. Este cambio cultural es el resultado de una construcción memorial que se desarrolla entre 1983 y 1987.

Agradezco el publico y los miembros del jurado por su atención.

(la traducción es un poco aproximada, quizás mejoré. En cuento a la tesis ha sido recibida con mención Muy Honorable y las Felicitaciones del Jurado dirigido por Enzo Traverso)

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