Asesinato de una carcelera progre





“Hoy el lápiz labial se extiende hasta su nariz, el delineador ensucia el contorno de sus ojos; con su cabello negro revuelto, parece una bruja. La prefería ayer, de Princesa Negra era tremendamente bella. Es así con ella, nunca se sabe con quien te vas a encontrar. Es desestabilizante para los monólogos que preparo en los cuales la convenzo de mi responsabilidad, siempre hablo con otra. Si lograra decirle todo lo que preparo, ¡cuanta coherencia veria ! Pero cada vez termino balbuceando otra cosa; resbalando en terrenos peligrosos, caigo en el aire y hasta darme cuenta de ello ya estoy reprobado, condenado a preparar otra sesión. Es mi siquiatra, es una hija de puta.” (Jeunesse Exquise, p.34)

En la nouvelle Jeunesse Exquise [Juventud Exquisita], construida a la manera de un cadáver exquisito, contaba unos episodios de cuando tenia 17 años, dentro de los cuales me había cruzado con Elsa Cayat, arriba descrita. Esa señora se murió el año pasado, por balas de kalashnikov en la redacción de Charly Hebdo. Ha sido la única mujer asesinada por los hermanos Kouachi que habían anunciado que solo matarían a hombres, pero cambiaron de parecer al encontrar una judía. Una judía no es una mujer es una judía, así que el machismo islámico esta a salvo y podrán disfrutar de las cienes de vírgenes del paraíso de los yihadistas.

Tras su muerte, supe un poco de su vida, pues aparecieron retratos de la doctora Cayat en la red. Me entere que le había ido bien después de nuestro encuentro en la que me tenia preso en una sucia celda de “hospital”, bajo su poder arbitrario otorgado por la institución psiquiátrica francesa. Cuando me tenia encarcelado era una de las más joven siquiatra del país y tenia que trabajar en el sector publico, después de liberarse de esa obligaciónl legal abrió su propio consultorio en el barrio más pudiente de Paris, el XVIème Arrondissement. Escribía crónicas en el pésimo semanario que se había vuelto Charly Hebdo y algunos ensayos que parecen más bien libros de autoayuda, también atendía a supuestos famosos del mundo del arte y la cultura. Siempre me llamo la atención que se pagaría para pasar un rato delante una persona que no dice nada y te queda mirando con ojos en los que oscilan conmiseración y aburrimiento. Ella cobraba bastante por eso y cobrar era lo importante, lo demás son cuentos.

La ultima vez que la vi ha sido en su elegante y enorme consultorio, desordenado como le siente bien a una intelectual alejada de las vulgares vicisitudes materiales. Era una época en la que yo volvía a vivir en Francia después de varios años de andanzas y temía que me arresten y me manden un año al Ejército (el servicio militar era obligatorio para mi generación) por lo que pensé que un diploma oficial de colifato me ayudaría a zafar. Así que encontré su nombre en la guía telefónica y le pedí una cita. Me atendió después de una joven que no parecía tener problemas de dinero. Le explique lo que esperaba de ella, el certificado de chiflado para que nadie se atreva a ponerme una ametralladora entre las manos. Me lo redactó y me lo entregó enseguida.
Después me preguntó como mi iba en la vida. Le dije que todo mal, que después de que me hubieran encerrado por loco nunca supe cuan loco era y que me resultó imposible construir nada sobre esa incertidumbre. No fui sincero con ella, solo quería que entendiera que había jodido la vida de un joven y que se sintiera responsable por ello. No dijo nada, como no decía nada cuando me tenia preso diez años antes. Solo mostró un poco de fastidio, supongo que esperaba que le contara cosas menos predecibles, más interesantes o intrigantes, aventuras en países exóticos o una vida sexual exuberante. No tenia nada de eso que contarle.

La reunión se terminó y me preguntó si pagaría por tarjeta o en efectivo. Le dije que no tenia dinero, ni tarjeta, ni chequera ya que estaba bajo prohibición bancaria y tampoco tenia obra social por estar recién llegado al país. Esta vez su rostro cambió y empezó a hablar casi a gritos, ¿como era posible que se me ocurriera presentarme en un despacho sin tener con que pagar? Guarde mi sonrisa por dentro y le sugerí que llamara a la policía y me denuncie por ladrón pero que no cuente con que la pague ya que no tenia dinero. Al acabar mi frase se me escapó una franca risa, era demasiado gracioso ver su enojo, su tensa indignación ¿cómo le iban a hacer perder el tiempo? ¿acaso no se respeta su trabajo? Mi risa le hizo entender que me burlaba de ella y eso la reincorporó de inmediato en el frio control de su rostro enojado. Pude sacarla de quicio pero solo unos segundos. Eso no me pagó los tres meses que me tuvo preso a los 17 años, así que quedó una cuenta pendiente y pensé que algún día volvería para cobrarle, cuando sepa como.

Pasaron años y cuando me recibí de doctor con todos los honores en una sala de la Sorbona pensé que también había recibido la legitimidad para atacar a esos doctores que son los siquiatras y a una en particular: Elsa Cayat. Pensé que con un poco de tiempo y esfuerzo llegaría a armar el juicio histórico de la institución siquiátrica y el juicio moral de la doctora Cayat que me había torturado a los 17 años.

Hice otras cosas y al mismo tiempo poco a poco llegue a diseñar una forma de ataque que es una obra aún en construcción. Imagine que ese libro la tocaría al corazón, la heriría al verse en las palabras de uno de sus reos, quien la describiera al mando, usando su poder arbitrario sobre los cuerpos y las mentes de presos indefensos. Llegue a soñar que ella lamentaría haber escogido una vida inútil o solo útil a una institución opresora, haber sido una banal funcionaria del mal y una codiciosa empresaria en la industria del malestar de los ricos. Llegue a pensar que lograría vengarme y ella vomitaría su propia vida al servicio de una cárcel moderna. Ella llegaría a sentir de adulta el malestar y la inseguridad con los que atormentó el joven que algún día fui.

Pero unos tarados en busca de vírgenes en el paraíso de los tarados acabaron con mi sueño de venganza. No la hirieron por ser la carcelera que ha sido, con la violencia y el sadismo que corresponde a todo carcelero, sino la mataron por ser una judía en un periódico supuestamente progre. No la hirieron con palabras, la mataron con balas. La muerte deja las palabras en el aire, ya pierden significado, ya no sirven de nada. La palabras no afectan a los muertos. La doctora Cayat, ex celadora de mi loquero, ha muerto durante un baño de sangre que no logro imaginar por superar el morbo de mi imaginación. Mi venganza robada queda achicada, insignificante, reducida a la chicana de un rencoroso egocéntrico mientras se escribe la hagiografía de la única mujer masacrada este día, por ser judía, intelectual y progre

Jérémy Rubenstein (Buenos Aires, enero del 2016)

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