Marzo francès
Después
de casi cuatro meses de movilizaciones populares –heterogéneas pero
convergentes- en Francia, muchos
–adentro y fuera del movimiento- se preguntan si va a seguir de pie más tiempo
y de que formas. Muchos temen –y el gobierno lo espera con ansiedad- el principio del verano y sus largas
vacaciones que tradicionalmente ponen un punto final a las movilizaciones de
mayo, olvidando que varias revoluciones tuvieron lugar en julio (1789 y 1830),
que en los últimos años los artistas supieron aprovechar los festivales de
verano para hacer escuchar sus reivindicaciones, que huelgas de transportes
durante las vacaciones pueden provocar más caos aún y un sinfín de etcéteras. En
realidad la propia pregunta sobre el futuro inmediato del movimiento es ociosa
ya que mañana responderá y no tenemos prisa (la prisa de acabar con el
movimiento la tienen ellos, entendiendo “ellos” tanto los gobernantes como
todos los comentaristas que quieren darle una forma definitiva para colocarle
una etiqueta y hablar de otra cosa).
Hoy no
importa saber lo de mañana, en cambio vale la pena ver los cambios radicales
que provocaron esos últimos meses. Para entenderlos o darse cuenta de la
profundidad de los cambios, en vez de tratar de darle definición a la movilización
(o las movilizaciones “en contra de la ley trabajo”, de “asambleas populares”,
de “rabia”, “anti-elites” o lo que sea), es más simple observar el gobierno francés
y su deriva hacia un autoritarismo poco imaginable antes en una “democracia
occidental”. Derechos que parecían tan inalienables como participar a una
marcha, tomar una foto en la calle o decir lo que se quiere en una obra de
arte, ya no son nada evidente en este país en el que cienes de personas pueden
ser arrestadas y detenidas durante horas por tener un pañuelo y/o gafas de
protección (en contra de los gases) en sus bolsos.
Para
empezar este análisis es mejor descartar cualquier indignación o sorpresa sobre
el color político del gobierno de turno: no es la primera vez que el Partido
Socialista al poder pisotea con igual saña que un partido de derecha los
derechos de los ciudadanos (solo como ejemplo, recordemos que el futuro héroe
del “socialismo” francés, el entonces ministro del Interior François Mitterrand
–de un gobierno social-demócrata-, es el que delegó los poderes de policía al
Ejército en Argelia -1956- ya conocemos los horrores previsibles que esa
decisión provocó). Cada vez que la oportunidad politiquera les indicaba ese
camino, los “socialistas” franceses se olvidaron por completo de las abstracciones
simpáticas como “democracia” o “derechos humanos” con las que suelen ornear sus
discursos durante las campañas electorales. Lo único que se puede decir de los
“socialistas” al poder es que se sienten a menudo más legítimos para usar las
fuerzas represivas del Estado que la derecha que carga con una pesada herencia
sobre el tema.
Normalizar
el cerco policial
En esos
meses los manifestantes franceses (de París y de Rennes más especialmente)
experimentaron (o mejor dicho, la policía experimentó sobre ellos) nuevos
métodos de romper las tradicionales marchas. A grandes rasgos, antes el desfile se iba de
un punto A hasta un punto B, lugar donde a manudo policías y algunos
manifestantes (los más decididos o, simplemente, a los que no apetecen volver
de inmediato a casa) –por lo que este punto B es generalmente decido por la
misma policía en función de su facilidad para desatar su fuerza represiva (por
ejemplos, la Place de la Nation y Les Invalides que ofrecen grandes espacios más
fáciles de controlar que las callecitas). La nueva técnica policial consiste en
romper el orden del desfile, atacándolo de manera aparentemente aleatoria y
cercar a los manifestantes que se encuentran en el lugar del ataque. El cerco
en si consiste en no dejarlos salir del perímetro controlado y, al mismo
tiempo, bombardear de lacrimógenos su centro. Por lo que los manifestantes se
ven obligados o afrentar la policía para romper el cerco o armarse de paciencia
(y de sueros para los ojos) y esperar que los policías les dejen salir, uno por
uno y revisándoles las identidades.
A este
sistema que se generalizó durante esos meses se le dio otra vuelta de tuerca el
18 de junio, cuando los manifestantes fueron directamente invitados a
manifestar adentro del cerco. Es decir, en vez de crear cercos aleatorios
durante el desfile, se decidió que la manifestación tuviera lugar adentro de un
gran cerco (alrededor de la Bastille). Así, los manifestantes tuvieron que
atravesar varios checks points para ir a “protestar”, en donde se les revisaban
los bolsos y si se les encontraban pañuelos o gafas de protección, entonces
eran arrestados. Es decir, los manifestantes podían ir a dar una vuelta de
plaza (menos de un kilómetro) absolutamente indefensos (pañuelos y gafas sirven
para protegerse de los lacrimógenos) y cercados de todas parte.
Para
llegar a este absurdo –gente obligada a ir en una celda a cielo abierto para
protestar en contra de una ley ilegitima por donde se lo tome- políticos y
sindicatos tuvieron que actuar en una pantomima grotesca. Acto 1ero:
el gobierno anunció que la manifestación convocada por los sindicatos era
prohibida. Acto 2: el conjunto de los sindicatos –incluso el social-cristiano
pro-gobierno CFDT- salieron en la televisiones a protestar en contra de esta prohibición
no vista desde los años 60 y la Guerra de Argelia. Ojo, cuando medios,
sindicatos y hasta la derecha tuvieron que recordar al gobierno que manifestar
es un derecho constitucional –lo que es cierto solo desde 1995- se refieren
únicamente a manifestaciones convocadas por sindicatos: en Francia hay muchas
manifestaciones prohibidas, por ejemplo hace dos años era prohibida la marcha
parisina en solidaridad con el pueblo palestino sufriendo un enésimo masacre perpetrado
por el Estado de Israel. Acto 3: el gobierno, por la voz del presidente
Hollande –y en contradicción con lo que dijo el primer ministro Manuel Valls- autoriza
la marcha. Acto 4: eso permite a los sindicatos aceptar las condiciones
inaceptables de convocar una marcha adentro de un cerco policial.
La
prefectura autorizó la manifestación con un recorrido de 2600 metros y mandó
2500 policías (cifras de BFM-TV).
Operaciones
mediático-política-policial
Lo que
venimos describiendo no se pudo lograr sin un cierto consenso mediático que deslegitima
sistemáticamente la protesta y difunde un discurso, también sistemáticamente, a
favor de la Policía. Los problemas que encontraron los medios masivos fueron
muchos ya que por más que insistan en afirmar que el movimiento “se agota”, que
la huelga es de una “minoría”, que los policías solo “responden” a unos
“violentos” en “margen del movimiento”, y esos etcéteras clásicos para
deslegitimar, sus propios sondeos indicaban siempre que la gran mayoría de los
franceses están a favor del movimiento y en contra del gobierno y su ley que
afecta a todos los trabajadores. Y la evidencias de la brutalidad de la policía
no se pudo esconder tanto a la hora del Internet en vivo. Sin embargo, los
medios masivos apostaron en no inmutarse por las evidencias y seguir como si
sus relatos tuvieran vigencia. Por ejemplo, los informativos televisivos rindieron
cuenta de la más amplia marcha –del 14 de junio, es decir después de 3 meses
que van repitiendo que el “movimiento se agota”- que reúno alrededor de un millón
de manifestantes en París, no hablando tanto (2 minutos en TF1) de esta
sorprendente cantidad de personas movilizadas sino de cinco vidrios de un
hospital rotos (5 minutos en TF1) por un manifestante aislado (y filmado). Ese
micro-episodio (o no-acontecimiento) es interesante, ya que permitió al casi
conjunto de la clase política y los periodistas “condenar” a los “violentos” y
al gobierno culpar a la CGT por no controlar sus tropas o, peor aún, expresar
una “ambigüedad” respeto a esos “violentos” que ya no rompieron cinco vidrios del
hospital Necker sino que “devastaron el hospital para niños” (según las
palabras del Primer Manuel Valls). El
no-acontecimiento pudo así servir de argumento para prohibir las manifestaciones
(la pantomima arriba descripta). Ya que ese no-acontecimiento logro inflarse
tanto, vale la pena volver a los hechos: los policías esperaban a los
manifestantes con camión hidrante (es decir con la clara intención de atacar el
desfile como arriba descripto como sistema), precisamente en la esquina del Hospital
Necker. Por lo que es la policía que eligió un lugar de enfrentamiento (inútil
decir que podía escoger muchos otros).
Pero el
consenso político-mediático a favor de la policía cuesta imponerse al conjunto
de la población, por ejemplo acá parte de la carta abierta de la madre de un
niño hospitalizado que circuló masivamente en Internet :
“Centenares
de miles de personas desafían el gobierno en la calle. Una o dos rompen la
ventana doble de un hospital. Una basura de persona mata dos policías con un
cuchillo, el hijo de ellos de 3 años de edad se encuentra en el hospital
Necker. El señor Cazeneuve [ministro del Interior] establece un ligazón
emocional, afectivo y psíquico entre dos series de hechos: la lucha en contra
de la Ley Trabajo y su gobierno, el choque producido por la brutalidad del
doble asesinato y la situación dramática del niño. Si los jóvenes amotinados
que rompieron los vidrios son unos idiotas, los señores Valls y Cazeneuve son,
por su parte, obscenos.”
También
hay que recordar que el desfile tradicional del 1ero de mayo, una
marcha tradicional donde vienen familias con chicos, en las que los franceses
son más acostumbrados en repartir flores (el tradicional “muguet” de mayo) que
recibir gases lacrimógenos, la policía atacó en repetidas ocasiones el desfile.
No se recuerda de un 1ero de mayo violento desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial, eso ubica el grado de infamia al que esta dispuesto a
llegar el gobierno.
De lo
rancio a lo pútrido o viceversa
La
deriva policial del Estado francés no podría suceder fuera de un contexto muy
preciso, el de la extensión de la extrema-derecha que colonizó todas las mentes
de las elites políticas, sea por convicciones sea por cálculos politiqueros. Es
tan así que hoy en día una simple obra de arte que expresa lo sentido durante
esos meses –la violencia policial pisoteando las libertades de la ciudadanía- es
inmediatamente condenada por los dirigentes políticos.
El tablero
politiquero
Queda
por entender la obstinación aparentemente ilógica del gobierno. Recordemos,
uno, que durante su campaña François Hollande jamás hablo de “reformar” el
código laboral. Dos, que todos los sondeos muestran una clara hostilidad a esta
reforma. Tres, que el pueblo de izquierda que votó al Partido Socialista se
siente traicionado. Cuatro, que en el interior del PS, Manuel Valls es muy
minoritario, lo que explica en parte que tiene que pasar la ley por decretos. Quinto,
tanto Manuel Valls como Hollande (y el conjunto de políticos que pretenden
gobernar el país) tienen como principal metas personales acceder a la
presidencia o mantenerse. Ese cuadro hace casi inentendible que a un año de las
próximas elecciones, se arriesgan a tanta impopularidad.
Las
repuestas se encuentran en las jugadas politiqueras –que es la única
especialidad de esos gobernantes- y ahí hay que distinguir Hollande y Valls que
tienen dos jugadas distintas. Por un lado, Hollande cuanta con un tablero muy
peculiar que le deja una leve chance de ser reelegido a pesar de su inmensa
impopularidad – directamente ligada a las traiciones a sus promesas electorales
que no son nuevas ya que empiezan en los primeros meses de su mandato en 2012. Su
única posibilidad de ser reelegido en las elecciones de 2017 proviene de la
derecha: si el principal partido de derecha tradicional (hoy en día llamado
Partido Republicano) presenta como candidato al ex presidente Sarkozy, Hollande
puede competir ya que el rechazo y el miedo que provocan Sarkozy obligaran
muchos electores a refugiarse en el voto Hollande. Su apuesta es que llegaría así
delante de Sarkozy para enfrentarse en la segunda vuelta a la extrema derecha
de Le Pen quien tiene aún pocas posibilidades de reunir más del 50% de los
votantes (es probable –por lo menos en las mentes de los asesores de Hollande-que
su cuota de votos quede estancada alrededor de los 35% ). Para Hollande es
entonces importante mostrarse lo más a la derecha posible ya que obliga a la
derecha tradicional (Partido Republicano) mostrarse aún más a la derecha (para
distinguirse) y esa opción es la de Sarkozy, sabiendo que frente a cualquier
otro candidato Hollande pierde con toda seguridad desde la primera vuelta.
Por otro
lado, Valls juega con un tiempo más largo, su meta no es 2017 sino 2022. Para
él el juego consiste en darle el tiro de gracias al PS para poder liderar un
nuevo partido “centrista”: su estrategia es calcada sobre la de Tony Blair con el
Labour. Por lo que la impopularidad histórica del PS le conviene perfectamente.
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