Marzo francès

Foto AFP 10/07/2016




Después de casi cuatro meses de movilizaciones populares –heterogéneas pero convergentes-  en Francia, muchos –adentro y fuera del movimiento- se preguntan si va a seguir de pie más tiempo y de que formas. Muchos temen –y el gobierno lo espera con ansiedad-  el principio del verano y sus largas vacaciones que tradicionalmente ponen un punto final a las movilizaciones de mayo, olvidando que varias revoluciones tuvieron lugar en julio (1789 y 1830), que en los últimos años los artistas supieron aprovechar los festivales de verano para hacer escuchar sus reivindicaciones, que huelgas de transportes durante las vacaciones pueden provocar más caos aún y un sinfín de etcéteras. En realidad la propia pregunta sobre el futuro inmediato del movimiento es ociosa ya que mañana responderá y no tenemos prisa (la prisa de acabar con el movimiento la tienen ellos, entendiendo “ellos” tanto los gobernantes como todos los comentaristas que quieren darle una forma definitiva para colocarle una etiqueta y hablar de otra cosa).

Hoy no importa saber lo de mañana, en cambio vale la pena ver los cambios radicales que provocaron esos últimos meses. Para entenderlos o darse cuenta de la profundidad de los cambios, en vez de tratar de darle definición a la movilización (o las movilizaciones “en contra de la ley trabajo”, de “asambleas populares”, de “rabia”, “anti-elites” o lo que sea), es más simple observar el gobierno francés y su deriva hacia un autoritarismo poco imaginable antes en una “democracia occidental”. Derechos que parecían tan inalienables como participar a una marcha, tomar una foto en la calle o decir lo que se quiere en una obra de arte, ya no son nada evidente en este país en el que cienes de personas pueden ser arrestadas y detenidas durante horas por tener un pañuelo y/o gafas de protección (en contra de los gases) en sus bolsos.

Para empezar este análisis es mejor descartar cualquier indignación o sorpresa sobre el color político del gobierno de turno: no es la primera vez que el Partido Socialista al poder pisotea con igual saña que un partido de derecha los derechos de los ciudadanos (solo como ejemplo, recordemos que el futuro héroe del “socialismo” francés, el entonces ministro del Interior François Mitterrand –de un gobierno social-demócrata-, es el que delegó los poderes de policía al Ejército en Argelia -1956- ya conocemos los horrores previsibles que esa decisión provocó). Cada vez que la oportunidad politiquera les indicaba ese camino, los “socialistas” franceses se olvidaron por completo de las abstracciones simpáticas como “democracia” o “derechos humanos” con las que suelen ornear sus discursos durante las campañas electorales. Lo único que se puede decir de los “socialistas” al poder es que se sienten a menudo más legítimos para usar las fuerzas represivas del Estado que la derecha que carga con una pesada herencia sobre el tema.

Normalizar el cerco policial

En esos meses los manifestantes franceses (de París y de Rennes más especialmente) experimentaron (o mejor dicho, la policía experimentó sobre ellos) nuevos métodos de romper las tradicionales marchas.  A grandes rasgos, antes el desfile se iba de un punto A hasta un punto B, lugar donde a manudo policías y algunos manifestantes (los más decididos o, simplemente, a los que no apetecen volver de inmediato a casa) –por lo que este punto B es generalmente decido por la misma policía en función de su facilidad para desatar su fuerza represiva (por ejemplos, la Place de la Nation y Les Invalides que ofrecen grandes espacios más fáciles de controlar que las callecitas). La nueva técnica policial consiste en romper el orden del desfile, atacándolo de manera aparentemente aleatoria y cercar a los manifestantes que se encuentran en el lugar del ataque. El cerco en si consiste en no dejarlos salir del perímetro controlado y, al mismo tiempo, bombardear de lacrimógenos su centro. Por lo que los manifestantes se ven obligados o afrentar la policía para romper el cerco o armarse de paciencia (y de sueros para los ojos) y esperar que los policías les dejen salir, uno por uno y revisándoles las identidades.

A este sistema que se generalizó durante esos meses se le dio otra vuelta de tuerca el 18 de junio, cuando los manifestantes fueron directamente invitados a manifestar adentro del cerco. Es decir, en vez de crear cercos aleatorios durante el desfile, se decidió que la manifestación tuviera lugar adentro de un gran cerco (alrededor de la Bastille). Así, los manifestantes tuvieron que atravesar varios checks points para ir a “protestar”, en donde se les revisaban los bolsos y si se les encontraban pañuelos o gafas de protección, entonces eran arrestados. Es decir, los manifestantes podían ir a dar una vuelta de plaza (menos de un kilómetro) absolutamente indefensos (pañuelos y gafas sirven para protegerse de los lacrimógenos) y cercados de todas parte.
Para llegar a este absurdo –gente obligada a ir en una celda a cielo abierto para protestar en contra de una ley ilegitima por donde se lo tome- políticos y sindicatos tuvieron que actuar en una pantomima grotesca. Acto 1ero: el gobierno anunció que la manifestación convocada por los sindicatos era prohibida. Acto 2: el conjunto de los sindicatos –incluso el social-cristiano pro-gobierno CFDT- salieron en la televisiones a protestar en contra de esta prohibición no vista desde los años 60 y la Guerra de Argelia. Ojo, cuando medios, sindicatos y hasta la derecha tuvieron que recordar al gobierno que manifestar es un derecho constitucional –lo que es cierto solo desde 1995- se refieren únicamente a manifestaciones convocadas por sindicatos: en Francia hay muchas manifestaciones prohibidas, por ejemplo hace dos años era prohibida la marcha parisina en solidaridad con el pueblo palestino sufriendo un enésimo masacre perpetrado por el Estado de Israel. Acto 3: el gobierno, por la voz del presidente Hollande –y en contradicción con lo que dijo el primer ministro Manuel Valls- autoriza la marcha. Acto 4: eso permite a los sindicatos aceptar las condiciones inaceptables de convocar una marcha adentro de un cerco policial.
La prefectura autorizó la manifestación con un recorrido de 2600 metros y mandó 2500 policías (cifras de BFM-TV).


Operaciones mediático-política-policial

Lo que venimos describiendo no se pudo lograr sin un cierto consenso mediático que deslegitima sistemáticamente la protesta y difunde un discurso, también sistemáticamente, a favor de la Policía. Los problemas que encontraron los medios masivos fueron muchos ya que por más que insistan en afirmar que el movimiento “se agota”, que la huelga es de una “minoría”, que los policías solo “responden” a unos “violentos” en “margen del movimiento”, y esos etcéteras clásicos para deslegitimar, sus propios sondeos indicaban siempre que la gran mayoría de los franceses están a favor del movimiento y en contra del gobierno y su ley que afecta a todos los trabajadores. Y la evidencias de la brutalidad de la policía no se pudo esconder tanto a la hora del Internet en vivo. Sin embargo, los medios masivos apostaron en no inmutarse por las evidencias y seguir como si sus relatos tuvieran vigencia. Por ejemplo, los informativos televisivos rindieron cuenta de la más amplia marcha –del 14 de junio, es decir después de 3 meses que van repitiendo que el “movimiento se agota”- que reúno alrededor de un millón de manifestantes en París, no hablando tanto (2 minutos en TF1) de esta sorprendente cantidad de personas movilizadas sino de cinco vidrios de un hospital rotos (5 minutos en TF1) por un manifestante aislado (y filmado). Ese micro-episodio (o no-acontecimiento) es interesante, ya que permitió al casi conjunto de la clase política y los periodistas “condenar” a los “violentos” y al gobierno culpar a la CGT por no controlar sus tropas o, peor aún, expresar una “ambigüedad” respeto a esos “violentos” que ya no rompieron cinco vidrios del hospital Necker sino que “devastaron el hospital para niños” (según las palabras del Primer Manuel Valls).  El no-acontecimiento pudo así servir de argumento para prohibir las manifestaciones (la pantomima arriba descripta). Ya que ese no-acontecimiento logro inflarse tanto, vale la pena volver a los hechos: los policías esperaban a los manifestantes con camión hidrante (es decir con la clara intención de atacar el desfile como arriba descripto como sistema), precisamente en la esquina del Hospital Necker. Por lo que es la policía que eligió un lugar de enfrentamiento (inútil decir que podía escoger muchos otros).  
Pero el consenso político-mediático a favor de la policía cuesta imponerse al conjunto de la población, por ejemplo acá parte de la carta abierta de la madre de un niño hospitalizado que circuló masivamente en Internet :
“Centenares de miles de personas desafían el gobierno en la calle. Una o dos rompen la ventana doble de un hospital. Una basura de persona mata dos policías con un cuchillo, el hijo de ellos de 3 años de edad se encuentra en el hospital Necker. El señor Cazeneuve [ministro del Interior] establece un ligazón emocional, afectivo y psíquico entre dos series de hechos: la lucha en contra de la Ley Trabajo y su gobierno, el choque producido por la brutalidad del doble asesinato y la situación dramática del niño. Si los jóvenes amotinados que rompieron los vidrios son unos idiotas, los señores Valls y Cazeneuve son, por su parte, obscenos.”

También hay que recordar que el desfile tradicional del 1ero de mayo, una marcha tradicional donde vienen familias con chicos, en las que los franceses son más acostumbrados en repartir flores (el tradicional “muguet” de mayo) que recibir gases lacrimógenos, la policía atacó en repetidas ocasiones el desfile. No se recuerda de un 1ero de mayo violento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, eso ubica el grado de infamia al que esta dispuesto a llegar el gobierno.

De lo rancio a lo pútrido o viceversa

La deriva policial del Estado francés no podría suceder fuera de un contexto muy preciso, el de la extensión de la extrema-derecha que colonizó todas las mentes de las elites políticas, sea por convicciones sea por cálculos politiqueros. Es tan así que hoy en día una simple obra de arte que expresa lo sentido durante esos meses –la violencia policial pisoteando las libertades de la ciudadanía- es inmediatamente condenada por los dirigentes políticos.


El tablero politiquero

Queda por entender la obstinación aparentemente ilógica del gobierno. Recordemos, uno, que durante su campaña François Hollande jamás hablo de “reformar” el código laboral. Dos, que todos los sondeos muestran una clara hostilidad a esta reforma. Tres, que el pueblo de izquierda que votó al Partido Socialista se siente traicionado. Cuatro, que en el interior del PS, Manuel Valls es muy minoritario, lo que explica en parte que tiene que pasar la ley por decretos. Quinto, tanto Manuel Valls como Hollande (y el conjunto de políticos que pretenden gobernar el país) tienen como principal metas personales acceder a la presidencia o mantenerse. Ese cuadro hace casi inentendible que a un año de las próximas elecciones, se arriesgan a tanta impopularidad.
Las repuestas se encuentran en las jugadas politiqueras –que es la única especialidad de esos gobernantes- y ahí hay que distinguir Hollande y Valls que tienen dos jugadas distintas. Por un lado, Hollande cuanta con un tablero muy peculiar que le deja una leve chance de ser reelegido a pesar de su inmensa impopularidad – directamente ligada a las traiciones a sus promesas electorales que no son nuevas ya que empiezan en los primeros meses de su mandato en 2012. Su única posibilidad de ser reelegido en las elecciones de 2017 proviene de la derecha: si el principal partido de derecha tradicional (hoy en día llamado Partido Republicano) presenta como candidato al ex presidente Sarkozy, Hollande puede competir ya que el rechazo y el miedo que provocan Sarkozy obligaran muchos electores a refugiarse en el voto Hollande. Su apuesta es que llegaría así delante de Sarkozy para enfrentarse en la segunda vuelta a la extrema derecha de Le Pen quien tiene aún pocas posibilidades de reunir más del 50% de los votantes (es probable –por lo menos en las mentes de los asesores de Hollande-que su cuota de votos quede estancada alrededor de los 35% ). Para Hollande es entonces importante mostrarse lo más a la derecha posible ya que obliga a la derecha tradicional (Partido Republicano) mostrarse aún más a la derecha (para distinguirse) y esa opción es la de Sarkozy, sabiendo que frente a cualquier otro candidato Hollande pierde con toda seguridad desde la primera vuelta.

Por otro lado, Valls juega con un tiempo más largo, su meta no es 2017 sino 2022. Para él el juego consiste en darle el tiro de gracias al PS para poder liderar un nuevo partido “centrista”: su estrategia es calcada sobre la de Tony Blair con el Labour. Por lo que la impopularidad histórica del PS le conviene perfectamente.

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